Una palabra triste me arma por dentro una tormenta; la evapora la rabia y esta
impotencia de caudales inquietos se toma el espacio sin piedad.
La palabra, sube por el techo, llega al oído, que a su
vez va a la mente. La mente descontrolada, desesperada, va derramando la palabra y me llena el cuerpo de treinta
ríos.
Los ríos llegan
hasta la barriga, la rodilla; un
alfabeto húmedo de versos melancólicos. Y surgen por los dedos raíces, que
llegan al medio del torso, se aferran a los pies y a este miedo de objetos dañados, gastados,
borrados por el agua; tantas memorias perdidas por solo una palabra.
Se humedece cada paso y el caudal sube, sube rápidamente, rebelde, tomando con su taciturno chaparrón ese verso mal
puesto,que va flotando de lado a lado. Al final me ahoga esta palabra,tan malvada y no lo evito, tal vez por esa forma tonta de esperar que pase todo, ponerle otros ojos, oírlo como otros ruidos, lo relativo de esta cabeza que traigo puesta.
Y esta lluvia me llega a los pulmones, la llevo a costas, chorreando esta tristeza que sale de un susurro, que al final no se aguanta, no se queda y se marcha por los ojos.
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