viernes, 29 de noviembre de 2013

Vos venís y siempre es diferente...
a veces, en días como este eres hombre borroso o invisible
traes tus zapatos rotos, 
te descalzas y pones tus zapatos de pies invisibles en el rincón donde el ruido ya no hace sonido;
es como un sonido con palabras cortas, pequeñito, imperceptible. 

Andas descalzo y yo no siento tu humanidad de veinte dedos sólo hasta que confirmo el ritmo de tus pasos, tus latidos y tu angustia.
Pasas por los muros de la casa y de a pocos va apareciendo el contorno de tu cuerpo, los trazos de tu boca, las marcas de tus ojos... todo tu cuerpo cobra vida; tu cuerpo de recuerdo que sólo llevo en mi pecho pues sigo sin verte...

He empezado a creer con estos días que el amor nos vuelve irreales,
que te miro y te siento en las tripas,
que me hablas suavecito y que debo poner en marcha mis sentidos...
es como un juego que quieres jugar con tu irrealidad,
un juego inconsciente que se toma el lugar, hasta las hendijas del suelo y las paredes...
Yo sólo debo poner atención. 
Mirarte da miedo, 
mirarte así borroso aunque sepa que estás,
 que estás pero no te veo,
que me falta un poco más para encontrarte...

Es un temor que no es dañino,
es como una cosquilla, 
una cosa sin nombre,
un mundo paralelo que se agranda y disminuye a medida de que me hablas con tus estruendos silenciosos.
(El estruendo silencioso de tus ojos invisibles que no hablan pero lo dicen todo)

Yo prefiero entonces pretender que somos irreales, infinitos,
no de eternidades o inmortalidad...
Yo pretendo mejor que esta irrealidad es nuestro sueño,
que siempre estás y te haces real,
que juegas conmigo desde otras dimensiones
que te vas quedando aquí sentado en este segundo que entre tu mirada invisible olvida la muerte y todo lo vano que nos lleva con pasos cercanos a la soledad y el olvido. 


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