Se dice que en las espiraciones forzadas al llenar un globo, una fracción de nuestro ser pasa a formar parte de ese gaseoso interior. Y cuando el látex, producto de la picardía de un niño caprichoso, o de un exceso de calor, explota pequeños suspiros de nuestra presencia quedan desperdigados por ahí.
Aquellos que caen al suelo, suelen enredarse en los cordones de los zapatos; los que corren la fortuna de flotar, se prenden a la sonrisa de algún hombre que ande remotamente cerca… entonces encuentras en él tus fragmentos derramados y le descubres, y ya es su voz una maravilla que te absuelve del miedo y las noches donde te acurrucas para que la sombra que has dejado crecer a lo largo de la vida no te haga daño.
Directamente proporcional a las veces que hayas inflado un globo, será la frecuencia con la que te encuentres con una parte tuya, por ahí, en cualquier lugar entre la gente.
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