Uno se expone cada día a la vida,
a la duda por lo inmaterial, por la inexistencia,
al desastroso sabor de la soledad que se hace inevitable,
al miedo al fracaso, a las batallas perdidas y la banalidad humana.
Por otro lado se expone a su belleza,
a la naturalidad de la palabra inocente,
al regalo de la duda y la incógnita,
a los sueños tejidos de a poco, a los vestidos blancos,
a la risas rojas, amarillas, verdes,
a la sonrisa timida,
a las conversaciones en las madrugadas lluviosas,
a la antigüedad de sí mismo que viene del abuelo, de la madre, del otro abuelo y la tierra...
al dolor que a ratos no queda más que dejar pasar.
Uno se expone a los sueños perdidos,
al viaje largo,
al trafico y sus accidentes.
a los paisajes y los suspiros,
a las nubes…
Uno se expone al respiro natural de estar vivo,
y al amor que lo hace sentir a uno expuesto al otro con su duda, su pena,
su inexistencia,
su realidad,
a su desastroso sabor a soledad,
a su grito, su silencio, a su abrazo y su caricia.
Uno se expone cada día a la muerte,
y puede morir tantas veces,
cada año,
cada día,
caer profunda y oscuramente...Uno muere finalmente y no hubo nada mejor que estar expuesto.
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