sábado, 9 de noviembre de 2013

Uno se expone cada día a la vida,

a la duda por lo inmaterial, por la inexistencia,

al desastroso sabor de la soledad que se hace inevitable,

al miedo al fracaso, a las batallas perdidas y la banalidad humana.


Por otro lado se expone a su belleza,

a la naturalidad de la palabra inocente,
al regalo de la duda y la incógnita,

a los sueños tejidos de a poco, a los vestidos blancos,

a la risas rojas, amarillas, verdes,

a la sonrisa timida,

a las conversaciones en las madrugadas lluviosas,
a la antigüedad de sí mismo que viene del abuelo, de la madre, del otro abuelo y la tierra...

al dolor que a ratos  no queda más que dejar pasar.  


Uno se expone a los sueños perdidos,
al viaje largo,
al trafico y sus accidentes.

a los paisajes y los suspiros,

a las nubes…


Uno se expone al respiro natural de estar vivo,
y al amor que lo hace sentir a uno expuesto al otro con su duda, su pena, 

su inexistencia, 

su realidad, 

a su desastroso sabor a soledad, 

a su grito, su silencio, a su abrazo y su caricia.


Uno se expone cada día a la muerte,
y puede morir tantas veces,
cada año,
cada día,

caer profunda y oscuramente...
Uno muere finalmente y no hubo nada mejor que estar expuesto.

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