domingo, 24 de marzo de 2013

Después de que muriera, durante un tiempo ni siquiera cambiaba las sábanas porque aún olían a ella. Luego dejaron de oler a ella y, pasadas unas semanas, simplemente olían a mugre. Y esa es una metáfora del dolor que funciona tan bien como las otras miles que se me ocurren a diario. Te aferras desesperadamente a todos y cada uno de los recuerdos y, al hacerlo, los mismos recuerdos se vuelven rancios y desvaídos, como las sábanas de mi cama.
Y aún así, me dolió cuando finalmente cambié las sábanas, porque era una manera más de conjugar a Hailey en el pretérito, un paso más hacia el indefectible abismo, y no consigo ordenar porque cada cosa que quito o limpio es un rastro más de ella que borraré para siempre. Quiero colocar catenarias y cordones de terciopelo rojo, como hacen en las mansiones históricas para evitar que los turistas hagan el payaso con el pasado, porque eso es lo que todos haríamos si nos dieran la posibilidad”.
Mi vida sin Hailey, Jonathan Tropper 

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