martes, 17 de enero de 2012


Ella comprendió que el universo es más que pequeños  nexos  de espacio tiempo.
Y sí, era cierto.
Existen universos terrestres, que se forman de aire e ideas.
Remolinos de cosmos entre los zapatos, que se escabullen entre mentes,
Creados de mezclar melancolías con cierta luz solar.
Hay universos ajenos,
Universos de humedad que se cuelan por las paredes,
Por los pisos, la nostalgia; 
y se trepan por los pies, los dedos, la conciencia.
Otros tantos ausentes, con formaciones anónimas que vienen de la mugre y la polución.
Algunos ajenos, pequeños, ignorados, que derivan de lugares olvidados,
Insertados en la pobre soledad de las arrugas.
Al final  descubrió cientos de ellos, pero ninguno como el propio, el indefinido,
que si apartaba un momento sus recuerdos,  
Colapsaba  en menos de un cuarto de segundo, solo por falta de miradas.
Pero no importaba mucho, ya que su universo estaba hecho de relatos,
Así que siempre regresaba la minúscula posibilidad de brotar nuevamente;
Porque así seamos trozos minúsculos de historia, las historias no se mueren fácilmente.

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