Un fulano va andando la calle, pasa el semáforo en verde. la fulana lo observa en
una ventana tan lejana como la posibilidad de conocerlo.
Un
día A comienza a llover, el fulano entra a un bus x, sube la escala, paga el pasaje, se sienta en
la ultima silla.
La fulana va por una
calle medio chueca, olorosa. El bus x le pasa por el lado, deja con el viento
olor a gasolina, ella corre, ya va lejos pero logra alcanzarlo, lo aborda, ve al
fulano y queda entre ellos ese aroma a mundo y polución; de amor contaminado
que empacan al vacío.
Con el agua la posibilidad aumenta, quizás por la melancolía que en los día lluviosos crea relaciones ridículamente iniciadas con temas de clima,
invierno y frió.
La fulana va escurriendo un chaparrón entero.
El fulano la observa casi seco, pero de tantas miradas termina igual de húmedo,
escurriendo vapor por culpa del agua que le llega a la ideas. Van rozándose con
ojeadas pluviosas, salpicadas de intimidad anónima y la falta de palabras.
El
encuentro se termina, los extraños vuelven a mezclarse con sus rumbos.
En el día B el cielo esta amarillo, no caben en la acera las gafas de sol; tanta gente medio frita, medio blanca por exceso de protector solar.
Al fulano frunce el ceño todo el día, le
gustan más los días lluviosos, dice que la melancolía sale por la boca, sube al
cielo; el vapor del suspiro se hace nubes, las nubes se derraman, es un
protocolo decía, de humedad y nostalgia.
La Fulana lleva gafas de sol, el
fulano se refleja en ellas; se le crea un agujero bajo las costillas, un poso,
un cuarto oscuro. Ella se quita las gafas, él le escala la pupila. Les sale de
la boca un sonido, un blablablá que se queda por un rato largo. Fingen conocerse,
entrar en la vida del otro, tratar de cambiarla, contarse sus penas, habitarse las epocas llenas de suspiros,de nubes, de vapor.
En días letrados se besan, se derraman las encías,
se observan bajo el periódico, en las noticias, se recuerdan con toda cosa que
hayan compartido juntos: su saliva, sus latidos, sus ritmos, ciertas imágenes, la cama,la almohada, la música de un domingo desocupado; cosas que luego pasan a ser difíciles, pasan a estar ausentes. Sin importarle mucho el caso con el rato se enamoran, se pierden entre ellos, entre los pliegues del colchón y las
tablas, en la hierba donde se acuestan a ver el cielo lleno de suspiros.
En el día T el sentimiento corre, esconde la
cabeza, se va con el tiempo, por la cañería, el sanitario, como si de un momento a otro les exprimieran, les quitaran todo, lo cambiaran, quedando un agujero entre ellos, un puente roto que lleva a un desamor temporal.
La
fulana siempre narra sus vacíos con nudos gástricos, de garganta, que cuando ven las
nubes se desatan volviendole las tripas una tempestad, un llanto nocturo, de baño publico, un espacio hueco y solo rayado con dedicaciones románticas que la hacen llorar más.
El fulano tiene el día nublado,la cabeza llena de vapor sin
forma, vientos indefinidos, sin verso, sin rumbo y un dolor como en el pecho que le sube hasta la cien, le sale por los ojos.
En el día z la memoria del fulano solo tiene nubes, suspiros que no quieren llover, solo seguir transitando los semáforos en verde.
La fulana ocupa otro
espacio distorsionado, con posibilidad de conocer un tipo, hacer de él esos jueguitos matutinos del te beso y no te quiero, del te busco pero no es para tanto. Luego lo asesina con
olvidos y otras cosas monótonas, como a ese fulano que omitió como un sueño, como si
nunca hubiera existido.